No es que esté oculta, no es que sea indescifrable. La historia de las drogas es una parte esencial de la historia de la humanidad. Una parte que, debido a un puritanismo histórico, religioso y científico, nos ha sido ocultada con silencios intencionales.
Acostumbrados al vino y
al café, no se nos ocurre confundirlos bajo la rúbrica de «narcóticos». Pero
hay tanta o más diferencia entre peyote y opio, o entre cáñamo y coca, que
entre vino y café. Aunque a muchos les repugne admitirlo, ciertos psicofármacos
son incomparablemente más idóneos para inducir en su usuario un viaje místico
que otros, y por eso mismo llevan tiempo inmemorial usándose con tales fines en
varios continentes.
Con
este filoso pasaje, el español Antonio Escohotado culmina el primer capítulo de
su brillante obra Historia general de las
drogas, libro obligatorio del tema y considerado como el análisis más
completo sobre la historia inherente de la sinergia bioquímica entre humanidad
y naturaleza.
Con este filoso pasaje inicia, también, la serie El problema de las drogas, un compendio de cinco capítulos en el que usted puede descubrir la milenaria y poco contada historia íntima entre las sustancias psicotrópicas y la evolución de nuestra sociedad, y entender un poco más sobre el dilema al que nos enfrentamos hoy en día, tras más de 100 años de prohibicionismo, corrupción, guerra, crimen y muerte.
Aunque
nos ha sido imposible como humanos determinar cuál fue el brebaje, hongo o
planta responsable del primer viaje de nuestros ancestros, sí que hemos llegado
lejos en el estudio de estos indicios, con un par de milenios a favor de
nuestra curiosidad.
📻 Está leyendo una transcripción adaptada del podcast Apuntes de Fondo. Si prefiere escucharlo, dé clic aquí.
Alguna historia del alcohol
Consideraremos
al alcohol como droga en toda bebida en la cual la fermentación o destilación
de sus componentes ha generado niveles altos de etanol, con el expreso
propósito de enlentecer el sistema nervioso central y, así, provocar
relajación, desinhibición, euforia, sociabilidad o, como lo hablaremos, hasta para
intoxicarse.
A
nuestro organismo le es posible embriagarse desde que nuestros ancestros
primates tuvieron que descender de los árboles en busca de alimento, hace ya 10 millones de años. La necesidad de procesar los frutos fermentados que yacían en
el suelo, con leves niveles de etanol (o alcohol etílico), provocó la evolución
de la enzima ADH4n en algunos de los futuros bípedos, quienes serían los
escogidos para continuar la línea de nuestra especie. Esto indicaría que esa
necesidad de digerir el alcohol fue determinante para nuestra evolución.
Sin
embargo, se duda de que aquellos frutos caídos y en descomposición pudiesen
embriagar, como sí que lo hacía una especie de cerveza encontrada en 2018 en la
cueva de Raquefet, hoy situada en el norte de Israel, que data de hace más de
13 000 años.
Este
hallazgo reconfiguró drásticamente la historia de las drogas, puesto que,
contrario a lo que se pensaba hasta 2018, indica que los humanos ya preparaban
bebidas embriagantes casi 4000 años antes de domesticar las plantas, en el
9000 a.C. durante la revolución del Neolítico, y obtener bebidas
fermentadas a base del almacenamiento de las cosechas.
Se
considera que los natufienses, la cultura de cazadores-recolectores que poblaba
la zona de la cueva hallada en Israel, utilizaban la bebida para elevar el
sentimiento religioso y espiritual con que veneraban a sus muertos. Dándonos a
entender que las drogas no entraron por la puerta del ocio ni de la medicina a
la humanidad, sino que fueron, primero, un puente hacia lo divino.
Posteriormente,
con el mencionado surgimiento de la agricultura, comenzamos a abstraernos en el
fenómeno cíclico de la vida (germinar, florecer y marchitarse). Endiosamos la
fertilidad de los cultivos y de la mujer, la salud de las plantaciones y de la
población, y la tragedia de las sequías y de la muerte.
Del
amplio conocimiento que recabamos de esta dinámica vida-naturaleza nos quedaron,
entre muchas otras cosas, saberes amplios sobre cómo la botánica podía curarnos
y, también, embriagarnos de nuevas maneras.
Arroz, miel y frutas fueron utilizados en el 7000 a. C en Jiahu, China, para el primer vino del que se tiene registros. Se sabe que la civilización china comenzó, al igual que los natufienses, a utilizar el alcohol para celebrar rituales fúnebres.
Los griegos, por su parte, utilizarían uvas para producir el primer
vino en la región del mar Egeo entre el 4400 y el 4000 a. C.
Sería
el alcohol el responsable de la primera huelga y del primer accidente de
tráfico de la historia en Egipto, civilización cuya adhesión cultural con la
bebida es de sobra conocida desde el siglo XII a. C.
Fueron
los egipcios y los mesopotámicos quienes ramificaron el uso del alcohol a gran
escala para ritos religiosos, celebraciones sociales y efectos medicinales;
sobre esto último, se documenta la prescripción de alcohol y cerveza para 15 de
cada 100 casos médicos.
El
salto más grande hacia la divinidad para un droga en occidente se originaría en
la eucaristía, rito de la cristiandad surgido en la última cena, cuando
Jesucristo enseñó a sus discípulos la transubstanciación de su cuerpo en el pan
sacramental y el vino sacramental; siendo el primero su cuerpo y el segundo,
una bebida alcohólica, su sangre.
Del devenir del alcohol en occidente durante nuestra era nos ocuparemos en el segundo capítulo, cuando nos centremos en la época de la prohibición en América.
Alguna historia del opio
Los
opiáceos, como estrictamente deberíamos de referirnos a este espectro de
drogas, se obtienen naturalmente del zumo blanco que emana de las semillas de
la adormidera o amapola real (de nombre científico Papaver somniferum). Cuando este líquido se seca y se fermenta es
cuando lo llamamos opio. Contiene una variedad de alcaloides como la morfina,
codeína y narcotina.
El
uso más antiguo del opio se registra hace 3200 años en Israel. Vasijas que
formaron parte del hallazgo en 2022 de una cueva funeraria datada entre el 1290
y el 1213 a. C., durante la época del faraón egipcio Ramsés II, contienen las
muestras más remotas de esta droga.
Los
arqueólogos consideran que, dándose el hallazgo junto a vasijas de cerámica,
lámparas y puntas de lanza que acompañaban el sepulcro de un esqueleto casi
intacto, la droga no se utilizó para propósitos recreativos ni medicinales,
sino religiosos, en similitud a los inicios del consumo del alcohol.
Ron
Be’eriof, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, declaró lo siguiente a
National Geographic respecto al hallazgo:
Quizás durante estas ceremonias, dirigidas por miembros de la familia o por un sacerdote en su nombre, los participantes buscaban elevar los espíritus de sus familiares muertos para expresar alguna petición, y entraban a un estado de éxtasis usando opio
Del
700 al 140 a. C. el consumo del opio se compartió entre culturas habitadas por
sirios y egipcios, en una ruta que haría una parada significativa en Grecia.
Los
griegos asociaron a la adormidera, la planta del opio, con la diosa de la noche
Nox y con Morfeo, el dios del sueño; y lo aplicaron medicinalmente para tratar
mordeduras de serpiente, asma, epilepsia y cólicos.
Se
popularizó el uso recreativo del opio a través de su presentación más usual en
ese entonces: un elixir de opio mezclado con agua o vino que alteraba el
espíritu y ensoñaba el alma.
Hay quienes aseguran que le bebida de sabor amargo que le fue ofrecida a Jesús en
Mateo 27:34, y que este rechaza, no es sino una combinación de opio y vino.
Ya
en el siglo VII se documenta la llegada del opio a China.
El
rumbo de la droga hacia Oriente se atribuye a las expediciones que por Asia
realizaran exploradores como Marco Polo, y que conectarían Europa con el
Imperio otomano, Persia y el Extremo Oriente, zonas ricas en el cultivo de la
adormidera.
En
el siglo XVI se impulsó de forma definitiva la fama del opio como remedio. El
médico y alquimista Paracelso utilizó el término "láudano" para
describir un bálsamo de su creación que contenía opio mezclado con beleño,
almizcle y ámbar. Posteriormente, la droga recibiría la atención digna de una
cura milagrosa para restaurar la salud y prolongar el bienestar.
Fueron
tratados con opio el rey Carlos II, el militar y político inglés Oliver
Cronwell, el cardenal francés Richelieu, el rey de Francia Luis XIV
y su ministro Jean-Baptiste Colbert.
Ya
para el siglo XVIII el flujo del opio a Europa y América estaba en aumento, y
se encontraba en jarabes, enemas y toda clase de preparaciones.
Benjamin
Franklin, padre fundador de los Estados Unidos de América y Robert Clive, el
conquistador de la India, fueron usuarios célebres en esta época del opio.
Con
la democratización de la sustancia, se empezó a dilucidar su uso adictivo tras
la cortina de las dolencias físicas.
La
Revolución Industrial trajo consigo las agotadoras jornadas laborales que
llevaban a trabajadores británicos, por ejemplo, a consumir opio para paliar el
agotamiento.
Las últimas páginas en
la historia del opio, así como las conocidas guerras del Opio, las abordaremos
en el siguiente capítulo, puesto que en él hablaremos de la prohibición y persecución
de estas sustancias.
De
prohibición sí hablaremos en este capítulo también, pues es inseparable a la
historia de la siguiente droga.
Alguna historia de la marihuana
Nos
referimos a la marihuana al hablar de las partes desmenuzadas y secas de la
planta Cannabis sativa que, luego de fumarse, beberse en infusiones, comerse o
vaporizarse llevan al humano a un estado de relajación, alteración de los sentidos
y hasta de alucinación.
La
planta es originaría de Asia central.
Como
se mencionó anteriormente al hablar del alcohol, el inicio de la historia del
uso del cannabis se atribuye al Neolítico, cuando comenzamos a cosechar y
almacenar las plantas y sus frutos y conocimos, así, los efectos de su consumo.
Mientras
se extendía a través de Asia y Europa para el 4000 a. C., gracias a las tribus
indoeuropeas, la droga se utilizaba para motivos alimenticios y religiosos.
La
aristocracia de la cultura de Hallstatt, en la actual Europa, la utilizaba para
alcanzar estados místicos durante ceremonias de entierro.
Después,
la droga se expandiría incluso más gracias al uso de los caballos y la rueda,
que permitirían al humano desplazarse a grandes distancias y, con él, acompañarse
de semillas de todo tipo.
Así
se popularizó en China e India; en este último lugar, previo al hinduismo, la
religión védica llegó a citar a una infusión de cannabis como la bebida
favorita de Indra, rey de dioses y señor del Cielo.
Ya
en el siglo I comenzó a aparecer en tratados médicos. Su uso fue común entre
los pueblos egipcios, asirios, escitas, griegos y cartagineses. En el Imperio
romano, por ejemplo, se usaba para amenizar reuniones sociales, según lo relata
Isidro Marín Gutiérrez en el reportaje Cannabis, la historia de la hipocresía humana.
El
dibujo en un texto más antiguo que hay de la planta pertenece al Constantinopolitanus, un libro de botánica
datado en el siglo VI.
Durante
el periodo comprendido entre los siglos VII y XIV fue utilizado en el islam,
hasta su posterior asociación con sufíes y asesinos.
La
prohibición de la planta tuvo una suerte parecida a partir del siglo V en
Europa, donde cualquier droga era vista, desde la visión cristiana, como algo
propio de satanistas. Esto llevó a su persecución expresa por el papa Inocencio
VII en 1484.
Esto,
sin embargo, no hizo desaparecer a la planta, que era también utilizada para
elaborar fibras utilizadas tanto en ropa, sogas para barcos y para hacer el
papel con que se confeccionaban los libros.
El
cáñamo y su fibra textil proveniente del cannabis hizo su entrada a América en
el siglo XVI con la llegada de esclavos angoleños al noreste de Brasil, donde
se prestó mucha atención a los efectos psicoactivos de la planta.
Ceremonias
religiosas y festivas que los esclavos realizaban en su ínfimo tiempo libre
eran acompañadas del consumo del cannabis en la época posterior a 1549.
Para
el siglo XVIII, la Corona portuguesa comenzó a preocuparse por el uso extendido
de la marihuana en América.
De
Brasil, la droga se trasladaría al Caribe a finales del siglo XIX, misma época
en que su fama revivió en Europa cuando las tropas napoleónicas trajeran
consigo hachís proveniente de África.
El
primer estudio de laboratorio respecto a la planta se realizó en 1803, cuando
se trató en vano de encontrar su principio activo.
En
1844, el psiquiatra francés Jacques-Joseph Moreau fundó el Club de los Hashichines, que tenía como fin realizar investigaciones psicológicas y
utilizar el cannabis para el tratamiento de ciertas enfermedades mentales. A
este grupo pertenecieron los escritores Téophile Gautier, Charles Baudelaire y
Alexandre Dumas, autor de obras como Los
tres mosqueteros y El conde de
Montecristo.
El
cáñamo no se adaptó bien a los requisitos de la Revolución Industrial, según escribe
Gutiérrez en su reportaje. El autor cita la inexistente tecnología de
recolección de la planta en ese entonces, las nuevas sogas de barcos hechas con
cable de alambre y la aparición del barco de vapor, que haría a los navegantes
prescindir de la velas de cáñamo.
En
el siglo XIX el cannabis tuvo una silenciosa aparición en el catálogo de las
farmacias europeas, aunque sería desplazado por sustancias más estables como la
aspirina, el hidrato de cloral y los barbitúricos.
Dejamos pendiente,
respecto a esta sustancia en particular, el tema de su entrada a los Estados
Unidos entre los siglos XIX y XX, y su perfilamiento como una de las drogas
protagónicas en la persecución internacional.
Alguna historia de la cocaína
En
este apartado unificamos la historia de la planta de la coca y del poderoso
alcaloide aislado de ella: la cocaína, que produce tras su consumo un estado de
excitación inmediata, aumento momentáneo de la capacidad de atención y del
ritmo cardiaco.
Se
cuenta en la mitología inca la historia de Mama Coca, la diosa de la salud y la
felicidad que, asesinada por varios amantes debido a su promiscuidad, hizo
brotar en su sitio de entierro una planta de efectos vigorizantes, a la que los
incas llamaron “coca” en su honor.
La
historia del consumo de coca se registra desde la época de la cultura de Las
Vegas, en Ecuador, entre el 8850 y el 4650 a. C.; no obstante, fue el Imperio inca el que, a partir del siglo XIII, la elevó al pedestal de su religión y su
actividad económica.
Cristobal
de Molina, sacerdote español que vivió en Cuzco alrededor de 1565, relata la
costumbre del pueblo inca de soplar las hojas de coca en dirección al dios Sol
para curar a los enfermos.
Antes
de la llegada de los españoles a América, las comunidades andinas restringían,
de forma generalizada, el consumo de coca a los estamentos más altos de la
sociedad. Pero este se extendió a toda la población a raíz de la necesidad
colonialista de tener esclavos resistentes; necesidad que superó el inicial rechazo a la planta debido a su asociación con lo divino entre los
"salvajes".
Tras
la conquista, la fama de la coca brillaba apenas lánguida y con visos de
barbarismo entre las sociedades europeas. Esto debido, por supuesto, al estigma
racial que se tenía hacia los pueblos americanos, y también a la dificultad
para usar las hojas en el Viejo Mundo, debido a que estas se echaban a perder
después de los varios meses en altamar que significaba viajar de un continente
a otro.
A
pesar de esta invisibilidad inicial, la propia historia de la cocaína, que inició
en 1859 con su aislamiento de la hoja de coca por parte del químico alemán
Albert Niemann, tuvo señales de aceptación sin precedentes en la sociedad
occidental.
Sin
los estudios suficientes ni una experimentación extensa, Sigmund Freud,
entusiasta consumidor por sí mismo, llegó a recomendarla abiertamente en 1884
para los tratamientos psiquiátricos contra la fatiga y la depresión; aunque su
postura, tres años después y tras un poco más de observación, había mermado en
su entusiasmo.
La
difusión de la cocaína como revitalizante en el mundo intelectual y médico
llevó a químicos como Angelo Mariani a elaborar tónicos en los que, en el caso
del Vin Mariani, la invención del italiano, se combinaba la cocaína con el
alcohol para provocar un efecto estimulante.
En
este punto de la reflexión se nos une otro papa, León XIII, pero esta vez no
prohibiendo la droga, sino que posando con ojos calmos y una leve sonrisa para
un póster publicitario del Vin Mariani.
De
la célebre invención de Mariani, que entre sus clientes contaría 3 papas, 16
reyes o reinas, 6 presidentes de Francia además de pintores, compositores,
obispos, generales y científicos, surgieron docenas de brebajes que,
haciendo combinaciones como la de la coca con el alcohol u otras sustancias,
ofrecían el estimulante efecto de la coca como principal campaña publicitaria.
De
esta generación de tónicos de finales del siglo XIX nacería la Coca Cola de
John Pemberton, quien buscó aliviar con esta bebida su adicción a la morfina.
Con
la facilidad progresiva con que se podía administrar dosis más altas de cocaína
en estos productos, vino la aparición cada vez más frecuente de casos de
intoxicación, en el inicio de lo que el químico alemán Emil Erlenmayer
denominaría “la tercera plaga de la humanidad después del alcohol y el opio”;
pronóstico profético si pensamos que en 1910 la producción mundial de cocaína
llegaba a las 10 toneladas, para escalar por más de un siglo y llegar a las
2,000 toneladas en 2020.
Alguna historia del tabaco
Aquí
hablamos, por supuesto, de la nicotina, un alcaloide concentrado en grandes
cantidades en la planta del tabaco, y que tras consumirse produce una sensación
de relajación en el cuerpo, puesto que eleva los niveles de dopamina (la
hormona de la recompensa y la satisfacción) y la adrenalina.
La
Nicotiana tabacum, la planta del tabaco, es originiaria del altiplano andino,
en América. Su llegada al Caribe ocurrió entre el 2000 y el 3000 a. C.
Antes
de la llegada de los europeos al continente americano, la planta ya se había
extendido en la inmensidad de su territorio, y casi todas sus tribus y naciones
tenían, de una otra forma, un contacto cercano con el tabaco.
Lo
utilizaban —y aquí este aspecto ya deja de ser sorpresa— en ceremonias
religiosas (los chamanes, así como se hizo con el alcohol, el opio y el
cannabis, lo consumían para acceder a un trance que los comunicaba con los
espíritus); también se hacían cataplasmas para curar afecciones de la piel y hasta
se consumía como alimento.
Se
considera que el descubrimiento del tabaco por parte de los europeos se dio con
la llegada misma de Cristóbal Colón en 1492 a la costa noreste de Cuba, al
norte de la actual provincia de Holguín, cuando su grupo de expedición encontró
a hombres y mujeres aspirando el humo de unos cilindros de hoja seca.
Ya
en el siglo XVI se relata la historia de cómo el embajador francés en Lisboa,
Jean Nicot, aconsejó a Catalina de Médici el consumo de tabaco para aliviar
sus migrañas, favoreciendo con ello la difusión de esta droga bajo premisas
medicinales no demostradas y ganándose el honor de que la planta Nicotiana tabacum fuese nombrada en su honor por el naturalista Carlos Linneo.
La
popularidad del tabaco en Europa, a diferencia de lo sucedido con otras drogas
del Nuevo Mundo y de Oriente, se debió a su inicial fama de remedio para
afecciones bronquiales, de los ojos y de la piel, por ejemplo; y su subsecuente
adopción como droga recreativa por parte de la clase alta y la ola bohemia e
intelectual que la circundaba.
¿Cómo,
entonces, pasaron ciertas drogas de su podio religioso y de celebración social
a la oscuridad del crimen? ¿Cómo otras se instauraron incluso mejor como parte
de nuestra cultura y, en lugar de ser criminalizadas, constituyen ahora una
fuente de miles de empleos?
Si
quiere conocer cómo las drogas aquí mencionadas, y muchas otras que merecen ser
conocidas, sufrieron el traumático silencio de la ley y la cultura que
desembocó en la guerra más larga de nuestra era, está invitado a leer el
siguiente capítulo de la serie El
problema de las drogas.