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El problema de las drogas. Capítulo I: Alguna historia de las drogas (un puente hacia lo divino)

No es que esté oculta, no es que sea indescifrable. La historia de las drogas es una parte esencial de la historia de la humanidad. Una parte que, debido a un puritanismo histórico, religioso y científico, nos ha sido ocultada con silencios intencionales. 

Acostumbrados al vino y al café, no se nos ocurre confundirlos bajo la rúbrica de «narcóticos». Pero hay tanta o más diferencia entre peyote y opio, o entre cáñamo y coca, que entre vino y café. Aunque a muchos les repugne admitirlo, ciertos psicofármacos son incomparablemente más idóneos para inducir en su usuario un viaje místico que otros, y por eso mismo llevan tiempo inmemorial usándose con tales fines en varios continentes.

Con este filoso pasaje, el español Antonio Escohotado culmina el primer capítulo de su brillante obra Historia general de las drogas, libro obligatorio del tema y considerado como el análisis más completo sobre la historia inherente de la sinergia bioquímica entre humanidad y naturaleza. 

Con este filoso pasaje inicia, también, la serie El problema de las drogas, un compendio de cinco capítulos en el que usted puede descubrir la milenaria y poco contada historia íntima entre las sustancias psicotrópicas y la evolución de nuestra sociedad, y entender un poco más sobre el dilema al que nos enfrentamos hoy en día, tras más de 100 años de prohibicionismo, corrupción, guerra, crimen y muerte.

Aunque nos ha sido imposible como humanos determinar cuál fue el brebaje, hongo o planta responsable del primer viaje de nuestros ancestros, sí que hemos llegado lejos en el estudio de estos indicios, con un par de milenios a favor de nuestra curiosidad.

📻 Está leyendo una transcripción adaptada del podcast Apuntes de Fondo. Si prefiere escucharlo, dé clic aquí.

Alguna historia del alcohol

El Lazarillo de Tormes, Luis Santamaría y Pizarro, 1887. museodelprado.es 

Consideraremos al alcohol como droga en toda bebida en la cual la fermentación o destilación de sus componentes ha generado niveles altos de etanol, con el expreso propósito de enlentecer el sistema nervioso central y, así, provocar relajación, desinhibición, euforia, sociabilidad o, como lo hablaremos, hasta para intoxicarse.

A nuestro organismo le es posible embriagarse desde que nuestros ancestros primates tuvieron que descender de los árboles en busca de alimento, hace ya 10 millones de años. La necesidad de procesar los frutos fermentados que yacían en el suelo, con leves niveles de etanol (o alcohol etílico), provocó la evolución de la enzima ADH4n en algunos de los futuros bípedos, quienes serían los escogidos para continuar la línea de nuestra especie. Esto indicaría que esa necesidad de digerir el alcohol fue determinante para nuestra evolución.

Sin embargo, se duda de que aquellos frutos caídos y en descomposición pudiesen embriagar, como sí que lo hacía una especie de cerveza encontrada en 2018 en la cueva de Raquefet, hoy situada en el norte de Israel, que data de hace más de 13 000 años.

Este hallazgo reconfiguró drásticamente la historia de las drogas, puesto que, contrario a lo que se pensaba hasta 2018, indica que los humanos ya preparaban bebidas embriagantes casi 4000 años antes de domesticar las plantas, en el 9000 a.C. durante la revolución del Neolítico, y obtener bebidas fermentadas a base del almacenamiento de las cosechas.

Se considera que los natufienses, la cultura de cazadores-recolectores que poblaba la zona de la cueva hallada en Israel, utilizaban la bebida para elevar el sentimiento religioso y espiritual con que veneraban a sus muertos. Dándonos a entender que las drogas no entraron por la puerta del ocio ni de la medicina a la humanidad, sino que fueron, primero, un puente hacia lo divino.

Posteriormente, con el mencionado surgimiento de la agricultura, comenzamos a abstraernos en el fenómeno cíclico de la vida (germinar, florecer y marchitarse). Endiosamos la fertilidad de los cultivos y de la mujer, la salud de las plantaciones y de la población, y la tragedia de las sequías y de la muerte.

Del amplio conocimiento que recabamos de esta dinámica vida-naturaleza nos quedaron, entre muchas otras cosas, saberes amplios sobre cómo la botánica podía curarnos y, también, embriagarnos de nuevas maneras.

Arroz, miel y frutas fueron utilizados en el 7000 a. C en Jiahu, China, para el primer vino del que se tiene registros. Se sabe que la civilización china comenzó, al igual que los natufienses, a utilizar el alcohol para celebrar rituales fúnebres. 

Los griegos, por su parte, utilizarían uvas para producir el primer vino en la región del mar Egeo entre el 4400 y el 4000 a. C.

Sería el alcohol el responsable de la primera huelga y del primer accidente de tráfico de la historia en Egipto, civilización cuya adhesión cultural con la bebida es de sobra conocida desde el siglo XII a. C.

Fueron los egipcios y los mesopotámicos quienes ramificaron el uso del alcohol a gran escala para ritos religiosos, celebraciones sociales y efectos medicinales; sobre esto último, se documenta la prescripción de alcohol y cerveza para 15 de cada 100 casos médicos.

El salto más grande hacia la divinidad para un droga en occidente se originaría en la eucaristía, rito de la cristiandad surgido en la última cena, cuando Jesucristo enseñó a sus discípulos la transubstanciación de su cuerpo en el pan sacramental y el vino sacramental; siendo el primero su cuerpo y el segundo, una bebida alcohólica, su sangre.

Del devenir del alcohol en occidente durante nuestra era nos ocuparemos en el segundo capítulo, cuando nos centremos en la época de la prohibición en América.

Alguna historia del opio

Dos adinerados fumadores de opio chinos, Wellcome Library, London, 2014.

Los opiáceos, como estrictamente deberíamos de referirnos a este espectro de drogas, se obtienen naturalmente del zumo blanco que emana de las semillas de la adormidera o amapola real (de nombre científico Papaver somniferum). Cuando este líquido se seca y se fermenta es cuando lo llamamos opio. Contiene una variedad de alcaloides como la morfina, codeína y narcotina.

El uso más antiguo del opio se registra hace 3200 años en Israel. Vasijas que formaron parte del hallazgo en 2022 de una cueva funeraria datada entre el 1290 y el 1213 a. C., durante la época del faraón egipcio Ramsés II, contienen las muestras más remotas de esta droga.

Los arqueólogos consideran que, dándose el hallazgo junto a vasijas de cerámica, lámparas y puntas de lanza que acompañaban el sepulcro de un esqueleto casi intacto, la droga no se utilizó para propósitos recreativos ni medicinales, sino religiosos, en similitud a los inicios del consumo del alcohol.

Ron Be’eriof, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, declaró lo siguiente a National Geographic respecto al hallazgo: 

Quizás durante estas ceremonias, dirigidas por miembros de la familia o por un sacerdote en su nombre, los participantes buscaban elevar los espíritus de sus familiares muertos para expresar alguna petición, y entraban a un estado de éxtasis usando opio

Del 700 al 140 a. C. el consumo del opio se compartió entre culturas habitadas por sirios y egipcios, en una ruta que haría una parada significativa en Grecia.

Los griegos asociaron a la adormidera, la planta del opio, con la diosa de la noche Nox y con Morfeo, el dios del sueño; y lo aplicaron medicinalmente para tratar mordeduras de serpiente, asma, epilepsia y cólicos.

Se popularizó el uso recreativo del opio a través de su presentación más usual en ese entonces: un elixir de opio mezclado con agua o vino que alteraba el espíritu y ensoñaba el alma.

Hay quienes aseguran que le bebida de sabor amargo que le fue ofrecida a Jesús en Mateo 27:34, y que este rechaza, no es sino una combinación de opio y vino.

Ya en el siglo VII se documenta la llegada del opio a China.

El rumbo de la droga hacia Oriente se atribuye a las expediciones que por Asia realizaran exploradores como Marco Polo, y que conectarían Europa con el Imperio otomano, Persia y el Extremo Oriente, zonas ricas en el cultivo de la adormidera.

En el siglo XVI se impulsó de forma definitiva la fama del opio como remedio. El médico y alquimista Paracelso utilizó el término "láudano" para describir un bálsamo de su creación que contenía opio mezclado con beleño, almizcle y ámbar. Posteriormente, la droga recibiría la atención digna de una cura milagrosa para restaurar la salud y prolongar el bienestar.

Fueron tratados con opio el rey Carlos II, el militar y político inglés Oliver Cronwell, el cardenal francés Richelieu, el rey de Francia Luis XIV y su ministro Jean-Baptiste Colbert.

Ya para el siglo XVIII el flujo del opio a Europa y América estaba en aumento, y se encontraba en jarabes, enemas y toda clase de preparaciones.

Benjamin Franklin, padre fundador de los Estados Unidos de América y Robert Clive, el conquistador de la India, fueron usuarios célebres en esta época del opio.

Con la democratización de la sustancia, se empezó a dilucidar su uso adictivo tras la cortina de las dolencias físicas.

La Revolución Industrial trajo consigo las agotadoras jornadas laborales que llevaban a trabajadores británicos, por ejemplo, a consumir opio para paliar el agotamiento.

Las últimas páginas en la historia del opio, así como las conocidas guerras del Opio, las abordaremos en el siguiente capítulo, puesto que en él hablaremos de la prohibición y persecución de estas sustancias.

De prohibición sí hablaremos en este capítulo también, pues es inseparable a la historia de la siguiente droga.

Alguna historia de la marihuana

Un humo tranquilo,  Adriaen de Lelie (1755-1820).

Nos referimos a la marihuana al hablar de las partes desmenuzadas y secas de la planta Cannabis sativa que, luego de fumarse, beberse en infusiones, comerse o vaporizarse llevan al humano a un estado de relajación, alteración de los sentidos y hasta de alucinación.

La planta es originaría de Asia central.

Como se mencionó anteriormente al hablar del alcohol, el inicio de la historia del uso del cannabis se atribuye al Neolítico, cuando comenzamos a cosechar y almacenar las plantas y sus frutos y conocimos, así, los efectos de su consumo.

Mientras se extendía a través de Asia y Europa para el 4000 a. C., gracias a las tribus indoeuropeas, la droga se utilizaba para motivos alimenticios y religiosos.

La aristocracia de la cultura de Hallstatt, en la actual Europa, la utilizaba para alcanzar estados místicos durante ceremonias de entierro.

Después, la droga se expandiría incluso más gracias al uso de los caballos y la rueda, que permitirían al humano desplazarse a grandes distancias y, con él, acompañarse de semillas de todo tipo.

Así se popularizó en China e India; en este último lugar, previo al hinduismo, la religión védica llegó a citar a una infusión de cannabis como la bebida favorita de Indra, rey de dioses y señor del Cielo.

Ya en el siglo I comenzó a aparecer en tratados médicos. Su uso fue común entre los pueblos egipcios, asirios, escitas, griegos y cartagineses. En el Imperio romano, por ejemplo, se usaba para amenizar reuniones sociales, según lo relata Isidro Marín Gutiérrez en el reportaje Cannabis, la historia de la hipocresía humana.

El dibujo en un texto más antiguo que hay de la planta pertenece al Constantinopolitanus, un libro de botánica datado en el siglo VI.

Durante el periodo comprendido entre los siglos VII y XIV fue utilizado en el islam, hasta su posterior asociación con sufíes y asesinos.

La prohibición de la planta tuvo una suerte parecida a partir del siglo V en Europa, donde cualquier droga era vista, desde la visión cristiana, como algo propio de satanistas. Esto llevó a su persecución expresa por el papa Inocencio VII en 1484.

Esto, sin embargo, no hizo desaparecer a la planta, que era también utilizada para elaborar fibras utilizadas tanto en ropa, sogas para barcos y para hacer el papel con que se confeccionaban los libros.

El cáñamo y su fibra textil proveniente del cannabis hizo su entrada a América en el siglo XVI con la llegada de esclavos angoleños al noreste de Brasil, donde se prestó mucha atención a los efectos psicoactivos de la planta.

Ceremonias religiosas y festivas que los esclavos realizaban en su ínfimo tiempo libre eran acompañadas del consumo del cannabis en la época posterior a 1549.

Para el siglo XVIII, la Corona portuguesa comenzó a preocuparse por el uso extendido de la marihuana en América.

De Brasil, la droga se trasladaría al Caribe a finales del siglo XIX, misma época en que su fama revivió en Europa cuando las tropas napoleónicas trajeran consigo hachís proveniente de África.

El primer estudio de laboratorio respecto a la planta se realizó en 1803, cuando se trató en vano de encontrar su principio activo.

En 1844, el psiquiatra francés Jacques-Joseph Moreau fundó el Club de los Hashichines, que tenía como fin realizar investigaciones psicológicas y utilizar el cannabis para el tratamiento de ciertas enfermedades mentales. A este grupo pertenecieron los escritores Téophile Gautier, Charles Baudelaire y Alexandre Dumas, autor de obras como Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo.

El cáñamo no se adaptó bien a los requisitos de la Revolución Industrial, según escribe Gutiérrez en su reportaje. El autor cita la inexistente tecnología de recolección de la planta en ese entonces, las nuevas sogas de barcos hechas con cable de alambre y la aparición del barco de vapor, que haría a los navegantes prescindir de la velas de cáñamo.

En el siglo XIX el cannabis tuvo una silenciosa aparición en el catálogo de las farmacias europeas, aunque sería desplazado por sustancias más estables como la aspirina, el hidrato de cloral y los barbitúricos.

Dejamos pendiente, respecto a esta sustancia en particular, el tema de su entrada a los Estados Unidos entre los siglos XIX y XX, y su perfilamiento como una de las drogas protagónicas en la persecución internacional.

Alguna historia de la cocaína

Ceremonia de lectura de hojas de coca, Aga Baranska, 2021.

En este apartado unificamos la historia de la planta de la coca y del poderoso alcaloide aislado de ella: la cocaína, que produce tras su consumo un estado de excitación inmediata, aumento momentáneo de la capacidad de atención y del ritmo cardiaco.

Se cuenta en la mitología inca la historia de Mama Coca, la diosa de la salud y la felicidad que, asesinada por varios amantes debido a su promiscuidad, hizo brotar en su sitio de entierro una planta de efectos vigorizantes, a la que los incas llamaron “coca” en su honor.

La historia del consumo de coca se registra desde la época de la cultura de Las Vegas, en Ecuador, entre el 8850 y el 4650 a. C.; no obstante, fue el Imperio inca el que, a partir del siglo XIII, la elevó al pedestal de su religión y su actividad económica.

Cristobal de Molina, sacerdote español que vivió en Cuzco alrededor de 1565, relata la costumbre del pueblo inca de soplar las hojas de coca en dirección al dios Sol para curar a los enfermos.

Antes de la llegada de los españoles a América, las comunidades andinas restringían, de forma generalizada, el consumo de coca a los estamentos más altos de la sociedad. Pero este se extendió a toda la población a raíz de la necesidad colonialista de tener esclavos resistentes; necesidad que superó el inicial rechazo a la planta debido a su asociación con lo divino entre los "salvajes".

Tras la conquista, la fama de la coca brillaba apenas lánguida y con visos de barbarismo entre las sociedades europeas. Esto debido, por supuesto, al estigma racial que se tenía hacia los pueblos americanos, y también a la dificultad para usar las hojas en el Viejo Mundo, debido a que estas se echaban a perder después de los varios meses en altamar que significaba viajar de un continente a otro.  

A pesar de esta invisibilidad inicial, la propia historia de la cocaína, que inició en 1859 con su aislamiento de la hoja de coca por parte del químico alemán Albert Niemann, tuvo señales de aceptación sin precedentes en la sociedad occidental. 

Sin los estudios suficientes ni una experimentación extensa, Sigmund Freud, entusiasta consumidor por sí mismo, llegó a recomendarla abiertamente en 1884 para los tratamientos psiquiátricos contra la fatiga y la depresión; aunque su postura, tres años después y tras un poco más de observación, había mermado en su entusiasmo.

La difusión de la cocaína como revitalizante en el mundo intelectual y médico llevó a químicos como Angelo Mariani a elaborar tónicos en los que, en el caso del Vin Mariani, la invención del italiano, se combinaba la cocaína con el alcohol para provocar un efecto estimulante.

En este punto de la reflexión se nos une otro papa, León XIII, pero esta vez no prohibiendo la droga, sino que posando con ojos calmos y una leve sonrisa para un póster publicitario del Vin Mariani.

"Su Santidad el papa escribe que ha apreciado completamente los efectos beneficiosos de este Vino Tónico, y ha enviado al Sr. Mariani, como muestra de su gratitud, una medalla de oro sublimada con su augusta efigie". Publicidad de Vin Mariani. 

De la célebre invención de Mariani, que entre sus clientes contaría 3 papas, 16 reyes o reinas, 6 presidentes de Francia además de pintores, compositores, obispos, generales y científicos, surgieron docenas de brebajes que, haciendo combinaciones como la de la coca con el alcohol u otras sustancias, ofrecían el estimulante efecto de la coca como principal campaña publicitaria.

De esta generación de tónicos de finales del siglo XIX nacería la Coca Cola de John Pemberton, quien buscó aliviar con esta bebida su adicción a la morfina.

Con la facilidad progresiva con que se podía administrar dosis más altas de cocaína en estos productos, vino la aparición cada vez más frecuente de casos de intoxicación, en el inicio de lo que el químico alemán Emil Erlenmayer denominaría “la tercera plaga de la humanidad después del alcohol y el opio”; pronóstico profético si pensamos que en 1910 la producción mundial de cocaína llegaba a las 10 toneladas, para escalar por más de un siglo y llegar a las 2,000 toneladas en 2020.

Alguna historia del tabaco

Granja de tabaco, Richard Klingbeil, 2021.

Aquí hablamos, por supuesto, de la nicotina, un alcaloide concentrado en grandes cantidades en la planta del tabaco, y que tras consumirse produce una sensación de relajación en el cuerpo, puesto que eleva los niveles de dopamina (la hormona de la recompensa y la satisfacción) y la adrenalina.

La Nicotiana tabacum, la planta del tabaco, es originiaria del altiplano andino, en América. Su llegada al Caribe ocurrió entre el 2000 y el 3000 a. C.

Antes de la llegada de los europeos al continente americano, la planta ya se había extendido en la inmensidad de su territorio, y casi todas sus tribus y naciones tenían, de una otra forma, un contacto cercano con el tabaco.

Lo utilizaban —y aquí este aspecto ya deja de ser sorpresa— en ceremonias religiosas (los chamanes, así como se hizo con el alcohol, el opio y el cannabis, lo consumían para acceder a un trance que los comunicaba con los espíritus); también se hacían cataplasmas para curar afecciones de la piel y hasta se consumía como alimento.

Se considera que el descubrimiento del tabaco por parte de los europeos se dio con la llegada misma de Cristóbal Colón en 1492 a la costa noreste de Cuba, al norte de la actual provincia de Holguín, cuando su grupo de expedición encontró a hombres y mujeres aspirando el humo de unos cilindros de hoja seca.

Ya en el siglo XVI se relata la historia de cómo el embajador francés en Lisboa, Jean Nicot, aconsejó a Catalina de Médici el consumo de tabaco para aliviar sus migrañas, favoreciendo con ello la difusión de esta droga bajo premisas medicinales no demostradas y ganándose el honor de que la planta Nicotiana tabacum fuese nombrada en su honor por el naturalista Carlos Linneo.

La popularidad del tabaco en Europa, a diferencia de lo sucedido con otras drogas del Nuevo Mundo y de Oriente, se debió a su inicial fama de remedio para afecciones bronquiales, de los ojos y de la piel, por ejemplo; y su subsecuente adopción como droga recreativa por parte de la clase alta y la ola bohemia e intelectual que la circundaba.

¿Cómo, entonces, pasaron ciertas drogas de su podio religioso y de celebración social a la oscuridad del crimen? ¿Cómo otras se instauraron incluso mejor como parte de nuestra cultura y, en lugar de ser criminalizadas, constituyen ahora una fuente de miles de empleos?

Si quiere conocer cómo las drogas aquí mencionadas, y muchas otras que merecen ser conocidas, sufrieron el traumático silencio de la ley y la cultura que desembocó en la guerra más larga de nuestra era, está invitado a leer el siguiente capítulo de la serie El problema de las drogas.


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